Tenía mi mochila lista, aunque si tengo que ser sincera, lo preparé todo en
el último momento (creo que con los años voy empeorando, ya que antes no era
así).
Aún estaba en la cama, despierta, cotilleando mi móvil. Busqué por internet
la previsión meteorológica de los próximos dos días en el Aneto. Lo que vi no
me gustó, me cabreó bastante, porque no daban buen tiempo y no sabía si nuestra
expedición se podría hacer o no.
De inmediato, me puse a hacer cálculos, contando las horas que nos dijeron
que íbamos a tardar en subir y bajar. En principio, deberíamos estar en el
refugio en el momento en que empezara a cambiar el tiempo y hubiera riesgo de
lluvia.
Durante el transcurso del día, nuestro guía se tenía que poner en contacto
con nosotros, así nos confirmaría si la subida a la cumbre del Aneto era
posible o no. Yo esperaba, de todo corazón, que su respuesta fuera afirmativa y
también que nos asegurara que no corríamos ningún riesgo.
Esa misma tarde trabajaba, pero era mi último día, ya que empezaba mis
vacaciones. Como dice mi suegra, iba a activar el modo “Agna atacada”, ya que
no podía parar de pensar en las tres mil cosas que debía hacer antes de irme al
día siguiente y eso, sin duda, iba a poner de los nervios a Litus.
Por la tarde, el guía llamó a Puig, mi amiga, y le dijo que no había ningún
problema, así que todo seguía su curso.
18 Julio del 2017
A las 10 de la mañana, quedamos los
cuatro que nos embarcábamos en ésta nueva aventura en Llagostera; Marta, Rubén,
Puig y yo. Así nos íbamos todos en un sólo coche. Estaba tan nerviosa, que me
fui al taller de coches con Litus una hora antes de la prevista. Litus me iba
mirando con cara de “qué hace la loca”, porque iba dando vueltas para arriba y
para abajo sin sentido.
Llegamos todos y nos hicimos la típica
fotografía antes de comenzar nuestra aventura.
¡Me hacía tanta ilusión!
¡Me hacía tanta ilusión!
Empecé a grabarlo todo, para así poder
hacer un vídeo chulo de esos que se hacen (bueno me hará uno Sandra, porque yo
soy una petarda con esas cosas).
Al llegar a Benasque, nos perdimos
buscando la tienda dónde habíamos quedado con el guía. El guía (Agustín), muy
agradable al principio (más adelante os cuento), nos explicó cómo sería la
expedición. Teníamos mucho respeto al Paso de Mahoma y fue de las primeras cosas
por las que le preguntamos. Según él, no era para tanto. Nos dijo que en las
imágenes que circulaban por la redes parecía más estrecho de lo que en realidad
era, ya que las “Gopros” lo hacían más pequeño, así que estuviéramos tranquilos
que lo haríamos perfectamente.
También nos habló del material y
revisó el tipo de calzado que íbamos a llevar todos. Cuando me miró a mí, me
dijo que debía llevar una caña más alta y le dije que siempre había andado con
ese calzado por la montaña (unas XPRO ULTRA de Salomon). Entonces me dijo, que por
poder, se podía hacer descalzo también, pero que si me pasaba alguna cosa, el
seguro no me iba cubrir. ¡Uy! ¡Qué preocupación la mía! Jajaja Iba tranquila,
porque si le hubiera dicho la enfermedad que tengo, tampoco me cubriría el
seguro.
Nos fuimos a comprar la comida que
necesitábamos y parecía que íbamos a pasar una semana en el Aneto en vez de dos
días. Con la tontería, llegamos muy tarde al Llano del Hospital. Allí cogimos
un bus dirección la Besurta. Desde la Besurta al refugio donde nos alojábamos,
había como unos 50 minutos andando. Lo pasamos fatal para llegar hasta allí. No
había notado nunca eso del mal de altura. Los cuatro nos ahogábamos más de lo
normal y entre risas y el peso de la comida, imaginamos que si aquello era así,
al día siguiente las íbamos a pasar canutas.
Al poco rato de llegar al refugio, nos
pusimos a cenar. Debíamos ir a dormir pronto ya que la expedición empezaba a
las 4:30 para evitar aglomeraciones. Según el guía, subir el Aneto se ha puesto
de moda y en cuanto hace buen tiempo, aquello parece las Ramblas de Barcelona.
No dormí nada aquella noche, no sólo por
los nervios que sentía, sino también porque empecé a enloquecer por el cambio
de ritmo de mi corazón y respiración. No podía respirar bien y me ahogaba. Así
que cuando al fin conseguía dormirme, me despertaba dando un salto. Pensé que
quizá se debía a mi tratamiento, ya que uno de los efectos secundarios es la
bajada del ritmo cardíaco, pero aquello no era normal. Así que con la tontería,
no sé si llegué a dormir dos horas…
19 Julio
del 2017
Cuando por fin cerré los ojos, noté
una presencia… ¡era Puig que me despertaba! Eran las 3:45 h. y nos tocaba
levantarnos. Les comenté a los demás lo que me había ocurrido. A todos les pasó
lo mismo, se ahogaban durmiendo, así que ¡no era yo sola la loca!
En el refugio, había más gente y aún
dormían. Bajamos las cosas al comedor para así no hacer ruido y no despertar a
nadie. Desayunamos en silencio y nos íbamos mirando entre nosotros ¡No nos lo
creíamos, íbamos a subir el Aneto!
El guía estaba allí. Se había quedado
a dormir a un lado del comedor. Recogimos todo y nos pusimos en marcha. Me puse
toda la ropa de abrigo, porque no me gusta pasar frío. Prefiero que me sobren
capas, a que me falten. Aunque tengo que reconocer que… ¡parecía que iba a
subir el Everest de lo abrigada que iba! Llovía un poco y lo primero que pensé
fue… “suerte que no iba a llover, empezamos bien”.
Comenzamos a caminar sobre las 4:30
desde el refugio (2140 m.) y nos íbamos en dirección al Portillón Superior (2900
m.). Llevábamos frontal, así que entre todos nos iluminamos el camino. El guía
llevaba un ritmo genial y constante ¡como se notaba que había subido unas 300
veces el Aneto! (no os lo había comentado anteriormente, pero esa fue una de las
pocas cosas que nos dijo, porque si tengo que decir alguna cosa de él, es que
era un hombre de pocas palabras). Caminaba que parecía que volaba, casi no
pisaba el suelo y con una mano en la cadera y la otra en el bastón, iba
haciendo, poco a poco. Vamos, ¡Igualito que yo! Yo iba de un lado para el otro
con el bastón. No estoy para nada acostumbrada a ir sólo con un bastón, así que
con la mano que me quedaba libre, iba buscando pedruscos a los que cogerme para
no caerme al suelo. El terreno era rocoso y salía agua por todos lados. Era perfecto
para meterme una hostia. A ello, hay que añadirle que no me gusta andar por la
noche, ya que a veces veo mal de un ojo, ya lo sabéis.
Llegamos a la mitad, faltaba poco para
llegar al Portillón y empezamos a pisar la zona dónde había nieve y hielo. Nos
pusimos los crampones y los arneses y comimos algo.
Empezó a hacer mucho viento, tanto que en algunos momentos, nos iba tirando hacia un lado.
Cuando llegamos arriba, salió un poco el sol y con timidez se dejó ver el cielo enfadado. A esa altura impresiona muchísimo y da mucho respeto. Te sientes tan insignificante que todos tus problemas allí arriba son absurdos.
Empezó a hacer mucho viento, tanto que en algunos momentos, nos iba tirando hacia un lado.
Cuando llegamos arriba, salió un poco el sol y con timidez se dejó ver el cielo enfadado. A esa altura impresiona muchísimo y da mucho respeto. Te sientes tan insignificante que todos tus problemas allí arriba son absurdos.
A partir de ese momento, nos atamos
unos a otros para pasar la Cordillera (de esa forma, no hay tanto riesgo de que
se caiga alguien). Debido al mal tiempo, no había casi nadie. No fue hasta que
llegamos al Portillón Superior cuando un grupo de chicos nos adelantó a un paso
muy superior al nuestro. No me extrañó que no hubiera casi nadie, con ése
tiempo…
Faltaba poco para llegar cuando nos cruzamos
con un grupo de personas en el que había un señor de 65 años que me sorprendió.
En estas aventuras, me encanta coincidir con gente que puede aportar riqueza en
mi vida y ése señor me la dio. ¡Se le veía tan feliz al poder hacer realidad su
sueño!
Faltaban 40 metros para llegar a la
cumbre y delante de mí se me presentó mi peor pesadilla; El Paso de Mahoma.
¡Suerte que no era estrecho y era la
cámara que hacía ese efecto! “¡La madre que parió al guía!”, pensé. Eso era tal
cual como salía en las imágenes; un paso de rocas grandes que no hacía ni un
metro de ancho y lo único que había a su alrededor era un precioso precipicio…
¡y yo tenía que pasar por allí!
Mi cara lo decía todo, estaba muerta
de miedo y no quería atravesarlo.
Nos mirábamos todos, bueno exactamente me miraban a mí, que iba diciendo que no con mi cara. Me considero una persona valiente, a veces inconsciente, pero allí todo eso desapareció con un soplo de aire.
Nos mirábamos todos, bueno exactamente me miraban a mí, que iba diciendo que no con mi cara. Me considero una persona valiente, a veces inconsciente, pero allí todo eso desapareció con un soplo de aire.
No sé qué fue lo que hizo que me
decidiera, sólo pensaba que ya que estaba allí lo tenía que hacer, ya que nunca
dejo las cosas a medias. Tenía que transmitir a la gente con EM que en los
peores momentos de cada uno, ya sea cuando se levantan por las mañanas y tienen
que andar, o bien cuando van a coger a su hijo en brazos y tienen miedo a que
se les caiga porque no tienen fuerza…el mismo mensaje: ser positivos y
luchadores, tirar siempre hacía delante y demostrarnos cada día que estamos
vivos.
No tengo ninguna imagen pasando por el
Paso de Mahoma, porque podéis imaginar que no estaba yo en ese momento para coger
una cámara. Las manos no se separaban de la piedra y mi cabeza estaba en otro
sitio. Pensaba en mi pareja, mi familia y todos mis amigos de la EM. Sabía que
de una forma u otra estaban allí conmigo y me deban fuerza.
¡¡Lo conseguí!!
Quería llorar y mucho, pero estaba tan
bloqueada por el miedo y por el hecho de que tenía que volver, que no era
capaz. El viento soplaba tan fuerte que debíamos estar alerta, tener cuidado
donde poníamos los pies. Pero allí estábamos, Marta, Rubén, Puig y yo a 3404m.,
en el Aneto, con viento, lluvia y frío, abrazándonos.
No hacía ni un minuto que habíamos
llegado a la cumbre cuando el guía ya nos dijo que teníamos que volver. Así que
si la primera vez que pasé por el Paso de Mahoma tenía miedo, ya no os podéis
imaginar volviendo. Tenía que maniobrar
del revés y suerte que tenía a Marta, que en algún momento me cogía el pie y me
lo ponía dónde debía. Si no, me veo bloqueada, allí quieta y esperando a que
viniera un helicóptero a recogerme.
Después de eso ya fue todo más fácil y
tranquilo. Aun así, estaba bastante cansada del esfuerzo y tenía que pensar
mucho mis movimientos porque se notaba que cognitivamente estaba muy espesa. Sin
embargo, llegamos bien al refugio de la Renclusa y nos bebimos nuestra merecida
cerveza en el río.
En el refugio, mientras escribía el
diario sobre todo esto, aún alucinaba por lo que había hecho.
Ya estoy pensando en el próximo reto. He
venido aquí a romper todos los esquemas y quiero sentir que me voy a ir
sabiendo que habré disfrutado todo lo que el mundo me ofrece para hacer.
Enlace Vídeo del Aneto:
https://www.youtube.com/watch?v=RfGRvVSL4O0
Enlace Vídeo del Aneto:
https://www.youtube.com/watch?v=RfGRvVSL4O0